Debate
Réplica a “El restaurador como artista-intérprete” Responsabilidad en la acción y la formación en la conservación
Valerie Magar Meurs
ICCROM, Italia
Correspondencia: Valerie Magar Meursvm@iccrom.org
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Resumen
El texto es un breve comentario al artículo de Carolusa González Tirado, publicado en este mismo número de Intervención. Retoma en particular cuatro puntos. Inicia con una breve revisión de la importancia de la percepción y de la interpretación de los bienes culturales y su impacto en la conservación. Otro tema es el del juicio crítico implícito en la evaluación de un bien cultural en vistas de su conservación o restauración. El tercer punto analiza la naturaleza específica de la formación de conservadores, una combinación de conocimientos y habilidades que, justamente, les permita formarse opiniones informadas y ejercer decisiones fundamentadas. El último se enfoca en la ampliación que la definición del patrimonio ha experimentado en las últimas décadas, y en particular, al número de actores que hoy en día empiezan a jugar un papel más activo en el momento de la toma de decisiones sobre el futuro del legado patrimonial.
Palabras clave:Formación, percepción, interpretación, patrimonio cultural, ética.
Abstract
This text is a short comment on the article by Carolusa González Tirado, published in this volume of Intervención. It specifically develops four themes. It starts with a brief review on the importance of perception and interpretation of cultural heritage, and their impact in conservation decisions. Another topic is the critical judgment required following the evaluation of a cultural object or site, in view of its conservation or restoration. The third point analyses the specific nature of training of conservators, a balanced combination of knowledge and skills, which allow them to have informed opinions and decisions. The last point focuses on the broadening of the definition of heritage in the last decades, and in particular, on the number of stakeholders who now tend to play a more active role during decision-making of the future of our cultural heritage.
Keywords: Training, Perception, Interpretation, Cultural heritage, Ethics.
Marguerite Yourcenar, al revivir las memorias del emperador Adriano, escribió que “la medicina es demasiado cercana al hombre para ser exacta” (Yourcenar 1977:46). Desde mi punto de vista, lo mismo podría decirse de la conservación, ya que se trata de un acto eminentemente cultural.
El artículo de Carolusa González Tirado aborda, de manera a veces provocativa, varias materias de interés, incluida la que es sin duda una de las más importantes para todo profesional de la conservación: la responsabilidad. En un siempre apreciado llamado de humildad, una y otra vez en el texto se mencionan las implicaciones de la conservación, en especial por parte de los conservadores. Nunca está de más recordar y aprehender el enorme compromiso que conlleva nuestra disciplina: a la manera de guardianes de un pasado remoto o de tradiciones que continúan y se modifican a ritmos variables, el conservador debe asumir sus responsabilidades de manera clara, con cabal conciencia de que cualquier intervención puede modificar seria e irreversiblemente no sólo el aspecto de un bien cultural, sino también los significados que le ha otorgado la sociedad.
Numerosos ejemplos a lo largo de la historia nos han mostrado el profundo efecto que puede tener una intervención de conservación, capaz de modificar drásticamente la interpretación que se realiza de una obra o, a veces, por extensión, de una cultura, como ha sido el caso de objetos y vestigios arqueológicos. Tales acciones se encuentran tanto en reconstrucciones poco visibles, en el caso de monumentos, como en restauraciones miméticas, en el caso de objetos.
Hoy en día, la antigua ciudad de Cnosos, en Creta, descubierta por sir Arthur Evans a inicios del siglo XX, difícilmente se concibe sin las amplias reconstrucciones y las controvertidas restauraciones de sus pinturas murales y otros objetos. En estos trabajos se han basado diversas interpretaciones de la cultura minoica, de sus estilos, periodos e iconografía.
Otro caso emblemático es el de la escultura del Laocoön, citado por la autora de “El restaurador como artista-intérprete”, vinculado con una compleja historia de proyectos e intervenciones de restauración, desde su descubrimiento en Roma, en 1506, hasta su última restauración, en la segunda mitad del siglo XX: es uno de los más ilustrativos para ver el efecto que puede causar el conservador no sólo en la percepción de un grupo escultórico sino en su interpretación desde la historia del arte o la arqueología.
Otro ejemplo interesante es el de la percepción de las esculturas griegas y romanas, cuyo mármol puro y blanco se interpretó durante más de dos siglos como un canon clásico de la belleza y la estética. Aunque se conocía la presencia de policromía, su valor se descartó a lo largo de varias décadas. En 1764, Johann J. Winckelmann dijo en referencia al papel del color en las esculturas de mármol: “El color contribuye a la belleza, pero no es belleza” (Prater 2005:341). Es útil también recordar el amplio debate en torno de las esculturas del Partenón, los Mármoles de Elgin (Brandi 1950:3-5), para reconocer el valor histórico otorgado a los vestigios de color. Pero en realidad fue sólo con análisis más recientes, y evidencia cada vez más cuantiosa, como se aceptó que de hecho la mayoría de las clásicas esculturas blancas estuvieron completamente policromadas en la Antigüedad. Una exposición, organizada primero en la Gliptoteca de Munich en 2004, y después en los Museos Vaticanos en 2004-2005, Los colores del blanco, exploró de manera muy interesante el aspecto que tendrían algunas de las más famosas esculturas y edificios del pasado clásico, poniendo de manifiesto el cambio en gustos en diferentes épocas.
En México existen también muchos casos en los que los tratamientos de conservación y restauración previos han influido de manera significativa nuestra percepción de objetos y edificios del pasado: uno de los más conocidos, de tantos que podríamos encontrar en la arqueología mexicana, es sin duda el de la Pirámide del Sol en Teotihuacan, cuya forma y dimensiones ya han sido cuestionadas (Schávelzon 1990:63-64). En cuanto a los bienes muebles, me gustaría señalar sólo uno: el de las urnas zapotecas del Museo Nacional de Antropología, restauradas de manera mimética a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, que fueron sometidas a un proceso de de-restauración y re-restauración a finales de los años 1990 y sobre las cuales Cruz-Lara Silva (2008) realizó un análisis excelente.
Respecto de la problemática anterior, es importante considerar una gran cantidad de textos que han demostrado que los valores asignados a los bienes culturales, se traducen en un significado diferente al que poseen otros objetos o materiales, lo cual genera un interés específico en su preservación. De hecho, dichos estudios han buscado generar marcos de referencia para definir de manera más precisa el modo de enfrentar la conservación de dichos bienes que, en virtud de su valoración, se consideran de gran estimación para una comunidad. Algunos de los documentos más antiguos ponen énfasis en los conocimientos y la destreza requeridos para restaurarlos. Un ejemplo particularmente interesante es el tratado sánscrito del siglo XI sobre arquitectura, intitulado Mayamata (Anónimo 1985). Al referirse a la restauración de templos sagrados, menciona:
Those [temples] whose characteristics are still [perceptible] in their principal and secondary elements [are to be renovated] with their own materials. If they are lacking in anything or have some similar type of flaw, the sage wishing to restore them [must proceed in such a way that] they regain their integrality and that they are pleasantly arranged [anew]; this [is to be done] with the dimensions –height and width–which were theirs and with decoration […], without anything being added [to what originally existed] and always in conformity with the initial appearance [of the building] and with the advice of the knowledgeable1 (Anónimo 1985:335).
Este tratado habla de una continuidad cultural que subsiste en varias partes de mundo y que con frecuencia dicta las soluciones técnicas que se han de adoptar para la conservación y la restauración de bienes de carácter cultural.
En documentos del siglo XX, sobre todo entre la muy rica y bien difundida literatura producida en Europa, y sin importar la corriente de pensamiento al que pertenecieran sus autores, se dieron recomendaciones para buscar una actitud lo más objetiva posible por parte del conservador. Eugène Viollet-le-Duc, en su amplio tratado sobre arquitectura medieval y su conservación, abogó en su momento por que el arquitecto restaurador debía “despojarse de actitudes personalizadas y aplicar sólo la arqueología y la técnica” (Rivera 1997:126). Brandi (2000), por su parte, además de aconsejar el análisis de cada obra, defendió siempre la postura de sólo restaurar la materia, para así tratar de no incidir sobre el mensaje de aquélla.
Aunque ambas posturas contienen elementos fundamentales de precaución para enfrentarse a la conservación o restauración, existe siempre un componente inevitable de interpretación, que le confiere al pasado su imagen actual (Philippot 1980:XVIII). De allí la responsabilidad del conservador, la cual sin duda se duplica para aquellos que forman a nuevas generaciones de profesionales.
La formación de conservadores, un tema ampliamente discutido desde la década de 1960, ha tenido que evolucionar con el tiempo en una lenta maduración de la disciplina, pero también como respuesta a cambios constantes en la definición de patrimonio y, por ende, de las implicaciones para su conservación. En los últimos 50 o 60 años, el concepto de bien o de patrimonio se ha ampliado de manera significativa, siempre en busca de la elusiva colaboración entre –cada vez más– disciplinas. El desarrollo de la conservación, por su mismo carácter cultural, no ha sido jamás, ni probablemente será, lineal.
Por ello la importancia de conocer a fondo nuestra historia: para poder contar con los mejores elementos y, entonces, realizar juicios informados, ya sea sobre actividades de conservación o restauración antiguas, o sobre nuevas propuestas. La proliferación de documentos y cartas en el siglo XX e inicios del XXI han mostrado que no es posible definir una “metodología unívoca, que sea válida para todos y para todo, sobre la que sea posible descargar toda nuestra responsabilidad” (Martínez Justicia 1990:53).
Deseo en este punto retomar cuatro de los temas que aborda González Tirado y que, estimo, nos permitirán ahondar en las implicaciones de la conservación:
Percepción e interpretación
De acuerdo con González Tirado, la percepción e interpretación no se han abordado en México “de manera consciente y responsable”. No estoy del todo de acuerdo con este planteamiento. No porque carezca de una parte de verdad, sino porque son dos conceptos que, desde mi punto de vista, de cierta forma han estado al centro de las discusiones.
Por lo general se acepta la premisa de que cada intervención del pasado ha respondido al gusto y las tendencias de su época. Sin embargo, y sobre todo en las últimas décadas, se han buscado preceptos, lineamientos y acercamientos metodológicos que permitan, en la mayor medida posible, reducir la toma de decisiones puramente subjetivas. No obstante, y como ya se mencionó, la conservación es una actividad estrechamente ligada con la cultura, y de ahí que quizá sea imposible realizarla de manera estrictamente objetiva.
Para tomar decisiones de cualquier tipo, dependemos en gran medida de nuestra capacidad de percepción, pero ésta no actúa sola. Por un lado, sólo se puede ver e interpretar lo que se conoce o se comprende. Por otro, conocimientos previos e ideas preconcebidas pueden desviar nuestra atención. Abercrombie (1974) mostró el papel fundamental de la percepción en nuestra capacidad de observar. Al hablar de estudiantes de zoología que realizan autopsias de animales, menciona que estos no eran capaces de distinguir de manera suficientemente clara entre lo que realmente estaba allí y lo que les habían enseñado que “debería” estar allí (Abercrombie 1974:16).
La percepción, con el uso de todos nuestros sentidos, es un medio tanto para re-crear y re-conocer un objeto o estructura determinados como para tener los elementos que hagan posible comprender su aspecto material, su mensaje y sus valores, combinando el uso de conocimientos implícitos y explícitos de que disponemos (Magar Meurs, Conrrado y Varoli-Piazza 2006:16).
Al referirse a los problemas de interpretación, no es raro que González Tirado haya mencionado el caso de la limpieza, ya que es uno de los temas más complejos y controvertidos en la conservación, tal vez comparable con la cuestión de la reconstrucción (pero ésa es reflexión para otro artículo).
El concepto de pátina y el valor de la limpieza son sumamente complejos, y varían significativamente de una cultura a otra. Para la de Europa occidental, el valor de lo antiguo y, por lo tanto, la pátina de los objetos son elementos que le confieren un valor específico a los sitios y objetos, y, por lo tanto, en principio deberán respetarse. Pero la controversia de la limpieza de pinturas de la National Gallery en Londres muestra que incluso dentro del pensamiento occidental hubo posiciones extremadamente diferentes (Brandi 1996:382). En otras culturas, los templos budistas de la India o Sri Lanka, por ejemplo, deben estar limpios y completos por cuestiones de respeto al valor sagrado de los sitios. En éstos, el concepto de pátina sencillamente no se aplica para sitios en uso, y jamás se consideraría adecuado un templo en ruinas o una capa de pintura que no esté completa (Wijesuriya 2005:34-35).
Alois Riegl, Camillo Boito, Cesare Brandi o Paul Philippot, cada uno con su forma de ver e interpretar el patrimonio, coincidieron siempre en la clara importancia de los valores para poder definir una intervención del patrimonio, sobre los cuales es inevitable un juicio de valor: “[…]le doute fertile érigé en méthode, la conscience aiguë et inquiète de la relativité des valeurs entre lesquelles l´intervention arbitre, inévitablement”2 (Berducou 2001:212). En la mayoría de los casos, se trata de juicios de valores complejos que no se pueden medir con instrumentos científicos. Nuevamente, las decisiones en torno de la conservación, antes de ser técnicas, son siempre culturales.
Juicio crítico
González Tirado define el juicio crítico como “la correcta aplicación de la teoría de la restauración”. Yo ampliaría este concepto hacia una cabal comprensión e interpretación del contexto y de los valores que diferentes grupos le han asignado a los bienes culturales en cuestión.
Para algunos autores, una parte del acercamiento a los bienes culturales en vista de intervenciones de conservación contiene elementos más objetivos, que incluyen análisis sobre los materiales del objeto de estudio, las técnicas y tecnología implicados en su manufactura, y los procesos de alteración y deterioro.
En estos procesos, se puede tratar de ser objetivo durante las partes descriptiva y de búsqueda de indicios y evidencias; pero en un segundo momento es necesario realizar una evaluación para definir si existen problemas, y cómo pueden enfrentarse. En particular, el juicio crítico debe considerar el reconocimiento, la identificación y la caracterización de los valores del bien cultural que se han de conservar (Philippot 1985:7), responder por qué y para quién se realizaría la conservación y, sólo al final, determinar cómo ésta se llevaría a cabo.
Cada vez más se ha visto que, en la gran mayoría de los casos, las intervenciones de conservación recaen dentro de una cierta continuidad. La historia es algo continuo que se ve influido por numerosos factores, estrechamente interrelacionados, de carácter filosófico, físico y espiritual. Por ello hoy en día se habla, más que de detener o reducir el deterioro, de buscar una gestión adecuada de los cambios.
Se reconoce, asimismo, que la conservación implica siempre situaciones y acciones iterativas (Philippot 1960:64; Cather 2003:64), frente a las cuales es fundamental contar con el mayor número de elementos que nos permitan formar nuestro juicio.
Para asegurar esta visión abierta e iterativa, es fundamental disponer de un verdadero acercamiento interdisciplinario, tantas veces mencionado pero no siempre alcanzado. Con demasiada frecuencia vemos aún trabajos multidisciplinarios en los cuales cada rama trabaja de manera paralela. El beneficio de una verdadera interdisciplina es siempre evidente, y el riesgo de no alcanzarlo resulta en que se deja toda la responsabilidad de una decisión en un solo “especialista”, frente a resoluciones que suelen ser colosales.
Formación y capacitación de conservadores
González Tirado menciona, muy justamente, que la formación de conservadores debe incluir una combinación de habilidad manual, conocimientos técnicos y juicio crítico. Concuerdo plenamente, en la medida en que el juicio crítico y la capacidad de conservar se encuentran al centro de:
A estos puntos añadiría dos más, frecuentemente ausentes de los programas de formación, que no abordaremos aquí por cuestiones de espacio, pero que en realidad responden a necesidades que serán cada vez más apremiantes en el futuro:
El modelo utilizado por los dos centros de formación en conservación y restauración de bienes muebles en México, la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM) y la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente (ECRO), que consiste en enseñar la conservación con un fuerte apoyo en estudios de caso y sobre ejemplos reales, me parece imbatible: permite mostrar la diversidad de soluciones que pueden elegirse para casos similares, en función de variables diferentes. Con el apoyo de discusiones y análisis, ayudamos a los futuros conservadores a formar sus propias opiniones.
El método de discusión en la enseñanza, también utilizado dentro de los talleres de ambas escuelas en México, ha mostrado sus beneficios en otros cursos en diferentes partes del mundo. En un mismo grupo, los estudiantes aprenden al comparar entre sí sus observaciones, sus resultados y, sobre todo, la forma en que llegaron a una propuesta o solución, en un proceso que siempre resulta altamente enriquecedor. Como bien lo dijo Barbara Appelbaum (2007:XVIII): “Conservation training is material-based, and yet our dilemmas are not primarily material ones”.3
La formación, por lo tanto, debe enfocarse en impartir conocimientos y prácticas que permitan una conciencia crítica; no sólo en dar información, sino en estimular la discusión y el análisis. Esto se logra a través de una multiplicidad de modos pedagógicos (Ferguson 1999:59).
Se espera que los conservadores formados no sólo sean capaces de tener una buena comprensión de los aspectos culturales científicos y éticos con los que trabajan, sino también de proponer soluciones creativas o poco convencionales para los problemas a los que se enfrentan.
… il importe que la pensée y soit en permanence en éveil, une pensée qui contrôle, interprète et adapte, c ,est-à-dire crée continuellement, parce qu ,elle vit du dedans, comme problème esthétique et technique, le travail qu ,elle dirige4 (Philippot 1960:62-63).
La formación que alienta el trabajo en equipo debe basarse en la flexibilidad, tanto de pensamiento como de comportamiento, como herramienta fundamental para resolver problemas complejos. Esto permite realizar conexiones entre ideas, buscar alternativas diferentes, mantenerse abierto a conceptos inusuales y tolerar la ambigüedad, es decir, tener un pensamiento crítico que lleva a propuestas constructivas.
Ampliación de grupos de interés y definición de conservación y patrimonio cultural
Como se mencionó al inicio de este texto, en las últimas décadas las nociones de patrimonio y de conservación se han extendido considerablemente: hemos pasado de monumentos históricos y obras de arte a patrimonio cultural y natural, paisajes culturales, patrimonio inmaterial… Esta ampliación a partir de los años 1960 curiosamente también correspondió a una división, a la manera de compartimientos, de diversas disciplinas, un argumento abordado de manera profunda por Stanley-Price (2003:18-19).
Podemos distinguir cuatro grandes etapas en la evolución del patrimonio y de su conservación:
Ante esta amplia visión de temas interconectados, que compiten por recursos, la conservación se ha quedado muy al margen. La autora tiene razón al lamentar la ausencia de cédulas que indiquen los procesos de conservación o restauración a los que han sido sometidos los bienes culturales.
Aunque existe mucho camino que recorrer, en varios países también hay indicios alentadores que, de ser tomados con seriedad, y enseñados desde las licenciaturas, podrían revertir esta tendencia.
Encontramos así ejemplos de naturaleza muy diversa, como los proyectos innovadores que buscaron cambiar la imagen negativa de los proyectos de conservación, al optar por el ahora famoso “aperto per restauro” (Nardi 1995:44-45; 1999:10-11). Otras iniciativas muy interesantes se han desarrollado en museos; por ejemplo, el trabajo de Jørgen Wadum (2009) en los Países Bajos y Dinamarca, con días dedicados a la conservación en los cuales el público puede conversar con el conservador o visitas guiadas durante proyectos de excavación y de conservación, como el sistema, ideado con un ancho elevador, para ver los trabajos de la fachada de la iglesia de San Pablo, en Valladolid (España) (Fundación Caja Madrid 2009a, 2009b). Otro ejemplo muy interesante y completo es el de la catedral de Santa María, en Vitoria (España), con un programa especializado de visitas conocido como “Abierto por obras”, que dio a los visitantes la oportunidad de tener un acercamiento personalizado a los trabajos de investigación y conservación (Fundación Catedral Santa María 2009).
A mi juicio, en México el hecho de que gran parte del patrimonio esté bajo la custodia del Estado no facilita el reconocimiento de diferentes grupos de interés –en particular, de las comunidades tradicionales– en su custodia y salvaguardia, y en la toma de decisiones sobre éste. Existen casos, escasos pero de alta calidad, que muestran la importancia y el valor agregado de trabajar de manera combinada con las comunidades (Noval y Schneider 2005:418-419; Sullivan, Hall y Greer 2008; Schneider, comunicación personal 2009) y que sin duda deberían emularse.
Hoy en día, la conservación está inextricablemente conectada con la sociedad, la economía e incluso el ambiente, en un esquema en el cual todos se empobrecen si el patrimonio no se preserva o si se deteriora (Clark 2008:37).
Consideraciones finales
A diferencia de la música, una especialidad en la que no me considero para nada versada y en la que, por lo tanto, no quisiera aventurarme demasiado, pero en la cual existen ciertos estilos definidos de interpretación (de allí la necesidad de referirse a escuelas o maestros específicos en la formación), para los bienes culturales cada caso exige considerar tantas variables –un análisis minucioso, que llevará (o no) a una intervención específica– que un conservador jamás debería caer en un estilo de conservación. Un mismo conservador, ante dos situaciones aparentemente similares en un inicio, podrá tomar decisiones diametralmente opuestas al momento de intervenir, y ambas sin duda se considerarán justas dentro de su contexto. También es preciso decir que, una vez finalizados los cursos, no se ven muchos de los resultados de la formación de la carrera de conservación: el juicio crítico y la destreza manual se van afinando conforme madura el conservador.
La formación de los conservadores no termina al cabo de los cinco años de una licenciatura: éstos deben ser profesionales conscientes de que la exploración y el descubrimiento duran toda la vida.
Esto, junto con los cambios en el rango de lo que implica la noción de patrimonio y sus actores, deberá verse reflejado en los planes de estudio –no sólo de los conservadores, sino de todas las disciplinas que formarán profesionales dedicados a la atención o estudio del legado cultural–. De esta manera, podremos asegurar trabajos interdisciplinarios sólidos, así como una mayor sensibilidad e implicación con cuestiones sociales, políticas y ambientales, hoy en día indisociables del patrimonio. Así, es nuestra responsabilidad transmitir los bienes culturales de manera que no se reduzcan sus valores ni se impida que las generaciones actuales y futuras formen sus propios puntos de vista. Para ello, será determinante conservar las cualidades intrínsecas que mantienen al patrimonio como un auténtico reflejo de una sociedad viva. En efecto, haciendo uso de los criterios de hoy, de nuestra capacidad de percepción y de nuestro poder de juicio crítico, podremos decidir qué patrimonio cultural se preservará para mañana.
Referencias
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Yourcenar, Marguerite 1977 Mémoires d ,Hadrien, París, Gallimard.
1 Esos [templos], cuyas características son aún perceptibles en sus elementos principales y secundarios, [deben renovarse] con sus propios materiales. Si tienen algún faltante u otro tipo de desperfecto similar, el sabio que desee restaurarlos [debe proceder de tal manera que] éstos vuelvan a adquirir su integridad y que se presenten [de nuevo] de manera agradable; esto [habrá de hacerse] con las dimensiones –altura y anchura– que fueron suyos, con las decoraciones […] sin añadir nada [que no hubiera existido originalmente], y siempre de conformidad con el consejo de los informados. (Traducción de la autora).
2 “…la duda fértil, constituida en método, la conciencia aguda e inquieta de la relatividad de los valores entre los cuales, inevitablemente, la intervención arbitra”. (Traducción de la autora).
3 ”La enseñanza de la conservación se basa en materiales, pero nuestros dilemas no son esencialmente de naturaleza material.”(Traducción de la autora).
4 “… es importante que el pensamiento esté en permanente alerta, un pensamiento que controle, interprete y adapte, es decir, que cree incesantemente, porque vive desde adentro, como un problema estético y técnico, el trabajo que dirige”. (Traducción de la autora).